Sí,
la analogía es muy apropiada para explicarnos por qué, en ciertas etapas de
nuestras vidas, independientemente de nuestro grado de deseo (“arousal”),
nuestra sexualidad la ponemos sobre una camilla, a la espera de una ambulancia
que la lleve probablemente a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del
Hospital Afectivo.
Y
una vez nos recibe el especialista, y hace su trabajo de diagnóstico,
generalmente encontrará un área (paciente para esta analogía) profundamente
afectada, y, como suele suceder en las UCI´s, una proporción alta de casos
derivarán a terapias intensivas, y de esos casos una proporción alta fenecerán.
Para nuestra analogía, la sexualidad que entra en emergencia, simplemente
muere.
Pareciera
un “cuento” atribuible a la simple ficción de un autor dedicado al género
literario del drama.
Infortunadamente,
aún con nuestra natural tendencia a la negación de realidades, el humano, como
organismo vulnerable a las enfermedades que afectan el cuerpo, también es
vulnerable a las enfermedades que afectan nuestro funcionamiento afectivo. Y la
sexualidad, es parte esencial de nuestras emociones. Y por tanto, vulnerable
como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo.
Qué
hace que a veces enfermemos en nuestra sexualidad? Qué hace que muchas veces no
nos demos cuenta que estamos enfermos en nuestra sexualidad? Qué hace que
muchas veces la enfermedad progrese al punto de ser irreversible, y simplemente
muera?. La respuesta, excusando el sincretismo, es la NEGACIÓN. Un proceso
psicológico, en principio filogenéticamente adaptativo (útil), pero humanizado
y socializado al punto de exceder su uso adecuado (temporal-corto), hacia el
extremo de extenderlo en el tiempo (generando una falsa sensación de
tranquilidad), pero irremediablemente con un fin desencadenante en la
consecuencia de cualquier enfermedad no atendida a tiempo: la posible muerte de
su usuario.
Y
como todos nuestros órganos, la lección aprendida ya a destiempo: intentos
fallidos para recuperarla, cuando ya no hay respuesta, porque las señales
basales (“arousal”=deseo) no responden. Y por más que intentamos recuperarla,
una vez ha llegado a ese punto cero (-0-), la sexualidad simplemente no revive,
se muere. Y con ella el amor.
Lección
final: vale la pena llegar a ese punto, ya sabiendo que eso va a ocurrir, ya
sabiendo que si no quiero ver esta realidad es porque probablemente estoy en
ese estado patológico de NEGACIÓN? Por supuesto, la respuesta es racionalmente
un NO VALE LA PENA.
El
órgano avisa, la emoción avisa, la sexualidad avisa……si no atendemos estas
señales a tiempo, simplemente esperemos lo irremediable: el rompimiento de
nuestras relaciones afectivas, por donde menos creíamos: la sexualidad.
Ella,
la sexualidad, no necesita manuales ni guías, simplemente necesita ser sentida
y atendida como lo que está previsto ontogenéticamente: ser un recurso que,
además de procrearnos, nos mantiene estables emocionalmente, en un mundo cada
vez más lleno de retos externos, distractores de nuestras necesidades básicas.
Vale
la pena, sí, cuidar con naturalidad, con espontaneidad, esa sexualidad de la
cual fuimos dotados, y con la cual escogimos un primer día a nuestra pareja
actual. Vale la pena.
Edgar
León Lozano, Ps.
Agosto
17, 2013
Medinet, agosto 2013